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Con el Brexit se han perdido la estabilidad y la prosperidad mundial

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Un barrendero limpia la vereda frente a la residencia oficial británica. Foto: AFP
A City of Westminster worker sweeps the pavement outside 10 Downing Street in central London on June 25, 2016. The result of Britain's June 23 referendum vote to leave the European Union (EU) has pitted parents against children, cities against rural areas, north against south and university graduates against those with fewer qualifications. London, Scotland and Northern Ireland voted to remain in the EU but Wales and large swathes of England, particularly former industrial hubs in the north with many disaffected workers, backed a Brexit. / AFP / JUSTIN TALLIS BRITAIN-EU-POLITICS-BREXIT
JUSTIN TALLIS/AFP

Un referéndum es un plebiscito y Cameron ha perdido el suyo. Y con él ha perdido la estabilidad y la prosperidad mundial.

Los británicos han acabado con una de las pocas certidumbres políticas que habían permanecido inmutables desde hace más de cincuenta años: la integración europea. Hoy es un proceso reversible, cambiable a voluntad. Y ha sucumbido al nacionalismo, una enfermedad europea del siglo XX que creíamos haber superado. Ha reaparecido el riesgo político en Europa y el riesgo de recesión global.

Más allá de la volatilidad histérica de los mercados financieros, lo cierto es que la decisión británica de abandonar la Unión Europea abre un horizonte político, económico y social desconocido. Legalmente, el Tratado de la Unión contempla un plazo de dos años para fijar una nueva relación político-económica ente Gran Bretaña y Europa.

Pero que nadie se engañe, los efectos de esta decisión se notarán de inmediato. Ya los estamos notando: la libra esterlina cotizó al nivel más bajo de hace treinta años, la bolsa madrileña, temerosa también del resultado de las elecciones de hoy domingo, cayó más de un 10%, la mayor pérdida de Europa. Cayó también Nueva York. Hasta las divisas latinoamericanas recogieron el impacto y se depreciaron significativamente. Los inversores han entrado en pánico, buscan valores refugio, puertos seguros en tiempos de mudanza.

La negociación será compleja porque las partes no se pueden permitir el lujo de invitar al efecto demostración, pero tampoco sucumbir al ánimo justiciero de castigar a los traidores. Un enfrentamiento continuado no beneficia a nadie.

Pero esa negociación es quizás la parte más sencilla de las tareas que nos esperan a los europeos. La Unión Europea está abierta en canal y tendrá que refundarse. Porque ha venido actuando bajo una premisa que se ha demostrado falsa: por muchos que fuesen sus problemas, su déficit democrático o los errores en el diseño institucional del euro, cualquier alternativa era peor.

Los políticos europeos han abusado de la excusa europea, endosándole siempre a Bruselas, ese ente abstracto, distante y burocrático, las decisiones impopulares pero necesarias: ajuste fiscal, contención salarial, reforma laboral y del sistema de pensiones.

Reformas todas ellas necesarias porque la economía se ha globalizado, Europa ha perdido su ventaja competitiva y tecnológica, su demografía está estancada y el Estado de Bienestar ha crecido más allá de lo financiable. Pero en vez de hacer pedagogía política, de liderar a sus opiniones públicas, se han excusado en Europa, culpándola de decisiones inevitables, como los malos dirigentes latinoamericanos siempre culpaban al FMI.

Europa tiene un déficit democrático y de funcionalidad. La Unión Monetaria exige unas cesiones de soberanía monetaria, bancaria, financiera y fiscal que son incompatibles con la falta de legitimidad democrática de sus instituciones.

La Unión necesita un nuevo Tratado Constituyente, que aclare y simplifique los procesos de decisión, cree instituciones auténticamente federales, incorpore reglas fiscales sencillas, de obligado cumplimiento y aplicación automática, a cambio de protección mutua.

Requiere un gobierno y un Ministerio de Hacienda.

Los regímenes de excepción, de intervención encubierta de los países en dificultades, se tienen que acabar.

Pero también las posibilidades de free rider, de comportamientos nacionales irresponsables amparados en la solidaridad europea. Hace falta renovar el pacto social que dio origen al proyecto europeo. Es un paso atrevido, cuajado de decisiones difíciles, pero la alternativa ya no es seguir como si no pasase nada, sino la desintegración y el desmoronamiento. Si los líderes europeos no están a la altura de las circunstancias, el continente, y todo el mundo, puede precipitarse a nueva y profunda recesión económica y social.

* Profesor de IE Business School

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Un barrendero limpia la vereda frente a la residencia oficial británica. Foto: AFP

ANÁLISISFernando Fernández Méndez de Andés*

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