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La otra Copa América: el triunfo de la clase media

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Trofeo de la Copa América Centenario. Foto: Francisco Flores

Uruguay es el país de la región con mayor porcentaje de clase media, pero 128.000 personas pueden caer en la pobreza.

Hay una Copa América en la que Uruguay no pierde en primera ronda ni mira la final desde el sofá de su casa. Es la Copa América del desarrollo, la economía y la inclusión social. Porque, en comparación con Argentina y Chile, que hoy disputan la final del torneo de fútbol, en la Copa de los Indicadores Uruguay los da vuelta o los empata en algunas dimensiones. Solo por citar un ejemplo, en los últimos 10 años Uruguay incrementó su clase media y actualmente seis de cada 10 ciudadanos integran este estrato. La clase media chilena y argentina, sin embargo, alcanza el 50% de su población. Pero antes de salir a festejar por 18 de Julio, la ONU advierte que 128.000 uruguayos corren riesgo de caer en la pobreza si las políticas "son más de lo mismo".

Algunos hablan de la década ganada y otros de la perdida. George Gray Molina, uno de los autores del informe sobre desarrollo humano que el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo publicó la semana pasada, prefiere decir que "al igual que los países de la región con renta media alta, Uruguay ha experimentado importantes logros sociales" asociados al ingreso, pero no ha avanzado significativamente en acabar con las "exclusiones por etnia, género y zonas de residencia".

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En América Latina unas 72 millones de personas salieron de la pobreza desde 2003. En buena medida este logro regional se debió a que 50 millones de ciudadanos consiguieron trabajo formal y los hogares aumentaron sus niveles de ingreso. En Uruguay fueron unas 400.000 las que dejaron de ser pobres, según la metodología de ONU, y cerca de un millón según el Instituto Nacional de Estadística.

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Para el caso uruguayo hubo un incremento generalizado del empleo desde 2006 a 2011, con una tasa de 2,8% acumulativo anual, y una suba más moderada desde 2012, con 0,3% promedio. Durante toda la década las actividades inmobiliarias y servicios empresariales mostraron gran dinamismo, por lo general arriba del 6%, y aun hoy, cuando sectores como la construcción vienen en caída, esta fuente de empleo continúa en auge, explica la economista Sylvina Porras.

Sin embargo, ocho de cada 10 de estos nuevos empleos de la población vulnerable —esa que vive con un ingreso diario de entre US$ 4 y US$ 10— está en el sector de servicios. Estos trabajos dependen directamente de la capacidad de consumo doméstico. Es decir: en épocas de bonanza aumenta la contratación de sus servicios y en tiempos de recesión caen.

Esta tendencia hace peligrar a unos 128.000 uruguayos. La primera señal de advertencia es que esa acelerada baja de la pobreza, y prácticamente la erradicación de la indigencia con las asignaciones familiares del Mides —que el país vivió entre 2005 y 2014— comienza a estancarse. "Se llegó a un núcleo duro de 10% de pobres que no es posible disminuir, salvo que vuelva a crecer la economía, haya políticas salariales para estas personas y se refuercen las políticas de transferencias de ingresos", explica el sociólogo Gustavo de Armas, especialista en Políticas Sociales de Unicef.

Nueve de cada 10 uruguayos que es pobre, es decir que sus ingresos no les permiten costear los servicios y bienes básicos, son niños o los adultos que viven con ellos. Es una pobreza que está concentrada en Montevideo, específicamente en los cuatro municipios de la periferia, alejados de los mejores circuitos laborales y con baja formación.

Esta pobreza en familias jóvenes, dice De Armas, es "un problema actual y, sobre todo pensando en el futuro". Los planes para la juventud —Uruguay Crece Contigo, Jóvenes en Red y Cercanías— han tenido "resultados positivos, pero su impacto fue bajo por la escasa cobertura debido a las restricciones presupuestales", justifica el exministro de Desarrollo Social, Daniel Olesker.

Goles en contra.

Cuando Nelson Mandela visitó la cumbre del Mercosur, hace 18 años, dijo: "Si no hay comida cuando se tiene hambre, si no hay medicamentos cuando se está enfermo, si hay ignorancia y no se respetan los derechos elementales de las personas, la democracia es una cáscara vacía, aunque los ciudadanos voten y tengan Parlamento". Esta célebre frase parece cobrar sentido al analizar la salida de la pobreza.

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Según la economista Andrea Vigorito: "es un error mirar a la pobreza como algo dicotómico" solo asociado al ingreso. "En el caso de Uruguay", señala, "el fuerte aumento de los ingresos y la consecuente reducción de la pobreza, verificados en un período corto, no necesariamente se vieron acompañados de cambios en términos del acceso a conocimientos y de otras dimensiones relevantes del bienestar. Por ello, la vulnerabilidad a la pobreza persistió".

Si bien Vigorito admite que el IRPF —como un impuesto directo a los ingresos—, los consejos de salarios y el aumento del salario mínimo contribuyeron a una mejor redistribución, el 1% de la población de más altos ingresos se apodera del 14% del total y "esa proporción no ha disminuido en los últimos años".

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Un uruguayo que gana un salario mínimo debe trabajar 23 años y medio para igualar los ingresos mensuales, promedio, de un multimillonario local. Las 128 personas más ricas del país acumulan el equivalente a 8,7 veces la inversión que el Estado hace en Educación, advierte el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales.

A pesar de esta desigualdad, Gray Molina rescata que el índice de Gini —ese que cuantifica la desigualdad y que es muy difícil de mover— descendió a una tasa media anual del 0,94%. Algunas de sus consecuencias son que la participación laboral de las mujeres, el saneamiento, la electrificación rural y la esperanza de vida, así como el descenso de la mortalidad infantil, tuvieron un desempeño mejor al esperado en la región.

Los principales debes de Uruguay frente al resto de América, explica el consultor de ONU, es la escolaridad promedio y el rezago de los estudiantes en Secundaria. La crisis educativa, sobre todo pensando en el impacto futuro de un país envejecido que necesita aumentar la calidad de su fuerza de trabajo, es el talón de Aquiles de este período según los economistas consultados.

La grieta educativa tuvo su mayor visibilidad el año pasado, durante la puja sindical por el aumento del presupuesto designado al área. En este sentido, el gasto público en educación en relación al PIB ubica a Uruguay en el puesto 12 dentro de 20 países americanos.

El acceso a una vivienda digna figura como otra de las desigualdades. Según Olesker "desde 2011 comenzaron cambios en la accesibilidad, pero aún deben modificarse de manera estructural patrones de la política pública".

Los resultados del informe del PNUD revelan que en la dimensiones de género Uruguay también sigue "corriendo de atrás". El embarazo adolescente, los días por maternidad y la cantidad de parlamentarias mujeres son una muestra de que el país tuvo un desempeño "por debajo de los esperado en relación al resto".

Por más que la "ley de cuotas" incrementó la presencia femenina en el Parlamento, en la Cámara de Diputados ellas son solo el 18% de las bancas, cuando representan al 52% de la población.

Si bien las mujeres uruguayas que cursan la universidad son más que los hombres, ellas perciben un salario 8,5% inferior, dice Gray Molina.

Esta desigualdad de ingresos también está reflejada en la variable étnica. "La población afrouruguaya siempre estuvo, y está, peor que el resto de la población en todos los indicadores de desarrollo humano", explica el sociólogo Felipe Arocena.

En Uruguay "faltan políticas de discriminación positiva", dice el sociólogo. Recién con la ley 19.122, de fines de 2013, se obliga a los poderes del Estado, el Tribunal de Cuentas, la Corte Electoral, el Tribunal de lo Contencioso Administrativo, los gobiernos departamentales, los entes autónomos, los servicios descentralizados y las personas de derecho público no estatal a completar el 8% de su plantilla anual con personas afrodescendientes.

"Pero esta normativa no se cumple" indica Arocena y dice que Uruguay "debería mirar más hacia Brasil que es quien está liderando en esta integración".

Sobre otras etnias, Uruguay no tiene una discriminación estructural muy evidente. La población indígena del país es por autoidentificación y "no está necesariamente sumergida", explica Arocena. Y por el contrario hay otros pueblos como "los armenios y judíos que tienen indicadores de desarrollo mejores que la media, en representación política, nivel educativo e ingresos percibidos", añade.

Entretiempo.

La desaceleración actual de la economía uruguaya es, según los especialistas consultados, un punto de inflexión. El país está en esa charla técnica del descanso de un partido en que puede revertir, o no, el resultado de cara al segundo tiempo. Según Olesker la desindexación de salarios "podrían dar una caída del salario real e incluso del salario mínimo nacional" para el nivel inflacionario actual. Además, "la actual Rendición de Cuentas comprime el gasto público y por ende puede tener efecto contractivo en el mercado interno (igual que la reducción de salarios) y alterar el eje distributivo". Y el crecimiento de la inflación "ha sido combatido con medidas sobre la demanda, sin resultados, y sin abordar un sistema de regulación de la oferta y de los márgenes de ganancia".

En términos de reducción de la pobreza, recién los resultados de 2015 muestran un estancamiento frente al año anterior. Si se sigue la tendencia cíclica, puede que se repita lo que ocurrió entre 1995 y 2004: primero el estancamiento hasta el cambio de siglo y luego la agudización de la pobreza, dice De Armas.

Para que los sectores más vulnerables dejen de correr peligro, Gray Molina destaca la puesta en marcha del Sistema Nacional de Cuidados. "Sigue objetivos similares a los descritos en el informe de desarrollo humano, de hecho prioriza a la primera infancia, las personas con discapacidad y los adultos mayores", expresa.

Uruguay ya juega entre los de arriba en la cobertura efectiva de pensiones, con el 77%, y en el gasto total en salud, alcanzando el 8,8% del PIB. Es, además, el líder regional en el porcentaje de población ocupada que tiene cobertura social.

Es que en esto de los indicadores de desarrollo humano, los ingresos no son los únicos goles que valen. Y "para sostener a los hogares vulnerables en el contexto de una caída de ingresos", concluye Vigorito, "hace falta, como mínimo, reforzar las políticas sociales de transferencias de ingresos. Ya se vio en la crisis de 2002 que la pobreza se duplicó al no desplegarse ninguna política en este sentido".

Combo que frena el despegue de la región.

Uno de cada cuatro trabajadores de América Latina lleva menos de un año en su actual empleo. Esta inestabilidad laboral, sumada a la persistente informalidad —en Uruguay el 50,5% de la población vulnerable activa está "en negro"— y la baja productividad hacen que el crecimiento de la región sea por debajo de las economías de alto crecimiento. Mientras que en China la productividad de la mano de obra creció en la última década 6,4%, tanto por hora trabajada como por persona empleada, en Uruguay lo hizo 3,9% y 3,6% respectivamente. Y eso que es el líder regional.

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Trofeo de la Copa América Centenario. Foto: Francisco Flores

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