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Cambios en matriz energética reducen impacto ante shocks

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Eólica: sobre 2025 estiman volverían a instalarse más parques. Foto: Darwin Borrelli

TEMA DE ANÁLISIS

En el comienzo de este siglo se fueron acumulando cambios que modificaron significativamente la estructura de la oferta y la demanda de energía en el país y con ella algunos aspectos de la macroeconomía y de las políticas públicas.

En el primer caso, la economía ahora no enfrenta términos de intercambio tan volátiles como en el pasado y eso amortigua el impacto de los shocks negativos. En el segundo, se abre una tendencia por la que cada vez es menos importante el monopolio de Ancap y pasará a ser cada vez más relevante la regulación de mercados para la energía eléctrica y la eficiencia de UTE.

Uno de los cambios más relevantes fue la introducción de la generación de energía a través de la biomasa, en particular la de las grandes fábricas de pasta de celulosa. Otro fue la construcción de varios parques de generación de electricidad a partir de molinos de viento.

El abastecimiento de energía fue creciente en lo que va del siglo. La tasa de variación promedio anual hasta el año 2017 fue del 2,9%. Ese ritmo de crecimiento implicó que se pasara de 3.162 ktep (una medida de equivalencia entre todas las fuentes de generación de energía) a 5.146 ktep.

Hay un aumento importante en la cantidad de energía que se utiliza, pero las fuentes variaron significativamente. En el comienzo del siglo el 80% provenía de la suma del petróleo y derivados más la de las represas (hidro-electricidad). En el año 2017 solo el 49% proviene de esas dos fuentes. La nota destacada en este crecimiento viene por la energía proveniente del uso de la madera que es el principal insumo de biomasa que pasa del 16% en el 2000 al 43% en el 2017. El aporte de la generación eólica es menor pero no se debe menospreciar pues se pasa del 0% al 6% concentrado en los cuatro últimos años disponibles.

Buena parte de la energía de la biomasa es de uso directo en las propias empresas que la generan, o sea en las plantas de celulosa y en menor medida en los aserraderos. Es así que cuando se mira el consumo final energético del país se observa hay un fuerte incremento en la demanda por parte de la industria. En términos de participación sobre el total, la industria pasa del 20% al 43%. Este fuerte aumento hace que todos los demás destinos bajen en participación a pesar de que crecen en la cantidad consumida.

El consumo residencial es uno de los destinos importantes, representando el 17% del total de energía que se utilizó en el país durante el año 2017. Dentro de este uso, el 45% es electricidad cuando en el año 2000 representaba el 34%. Este crecimiento de la electricidad fue en detrimento de la leña, el queroseno y el supergás.

El transporte es el otro destino relevante (28% del total de usos) y a su interior en lo que va del siglo se produjo también un cambio estructural al bajar significativamente la proporción de gasoil e incrementarse la parte que le corresponde a las naftas. Estas últimas pasan del 37% al 48%, mientras que el gasoil baja del 62% al 46%. El uso de la electricidad en este consumo final es casi inexistente. Sin embargo, en base a datos del pasado, cuando existía transporte público urbano a electricidad (los trolebuses) llegó a representar el 2% del total. Es posible que en los próximos años los avances tecnológicos en medios de transporte urbano a electricidad hagan retornar esta fuente al consumo para el transporte.

La puesta en funcionamiento de las dos plantas de celulosa generó un gran cambio en la matriz energética del país. Resultó fundamental para ello que fueran proyectos de producción que se autoabastecen de energía y generan excedente para el resto de la economía. También fue muy importante, por el aporte a la diversificación, la inversión en molinos de viento para la generación de electricidad.

Hoy hay más consumo de electricidad y es posible que siga ocurriendo en los próximos años. Incluso la nueva planta de celulosa volvería a impactar en la estructura de oferta y demanda como las dos anteriores.

Estos cambios modifican condiciones de la economía que eran características y como muestra, hay que recordar los efectos recesivos que tuvieron en el pasado los incrementos en el precio del petróleo.

Las fuertes subas en la década del setenta y del ochenta hacían caer fuertemente los términos de intercambio (cociente entre precio de exportación y el de importación) y de ahí se transmitía al sector productivo, al empleo y a la capacidad de consumo de las familias. Eso pasó a tener menor grado de importancia con el mayor uso de la electricidad y, dentro de esta fuente de energía, la baja en la generación sobre la base de derivados del petróleo.

El otro impacto destacable es junto con la pérdida de importancia del petróleo y sus derivados se pierde el carácter estratégico que tenía esta producción, por lo cual se justificaba tener una refinería propia.

Al mismo tiempo que deja de ser un insumo clave se comienza a perder escala para el refinado local. La actividad de refinado está sujeta a economías de escala que para la demanda uruguaya de comienzos de este siglo ya colocaban a la empresa nacional en un punto de ineficiencia.

Si las expectativas son que por razones de demanda y de la presión por las condiciones medioambientales sigue bajando el consumo, la escala eficiente se aleja cada vez más. El costo, por lo tanto, se distancia gradualmente del costo de oportunidad de comprar los combustibles refinados en el exterior.

En lugar de acopiar petróleo crudo por razones estratégicas se podría acopiar destilados. El sustituto del petróleo en la industria y en la residencia es la energía eléctrica y es posible que comience a serlo lentamente en el transporte.

Entonces el centro de atención pasa a ser el grado de eficiencia con el que nos movemos en esta fuente de energía. Para ello es fundamental lograr condiciones de competencia y una buena regulación del mercado que evite abusos monopólicos.

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