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Sensibilidad de las expectativas ante el discurso del gobierno

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Darwin Borrelli

La información del Producto Interno Bruto (PIB) y sus componentes no generó mayor sorpresa y refleja lo esperado: la economía sigue creciendo, pero lo hace cada vez a menor ritmo.

Lo que sorprendió es que el consumo del sector privado, por primera vez en varios trimestres, mostrara menos dinámica que el PIB en su conjunto. Una lectura optimista de estas mediciones dice que la economía y el consumo siguen creciendo y a tasas que, para la historia del país, son más que aceptables.

Esto es bueno porque diferencia notoriamente a Uruguay de sus vecinos que están en recesión. Por su parte, la lectura pesimista pone énfasis en que el ritmo de variación es cada vez menor y por consiguiente la figura del nuevo uruguayo gastador ya no es sostenible.

En este contexto de lecturas con diferente estado de humor, la forma en que el gobierno trasmita sus mensajes de política económica es clave para la formación de expectativas de la población.

El consumo privado es el principal componente del PIB cuando se lo analiza desde el lado de la demanda.

En términos relativos, explica aproximadamente las tres cuartas partes del Producto. A este destino de la producción se le suma el consumo corriente del gobierno, la inversión de los privados y la del gobierno y el saldo con el exterior que marca la diferencia entre importaciones y exportaciones.

En el primer trimestre el consumo privado registra un aumento del 3% en comparación con el mismo período del año pasado mientras que la variación del PIB total fue del 4%.

Esta evolución ya venía preanunciada por numerosos indicadores indirectos. En particular la recaudación real de impuestos al consumo de la Dirección General Impositiva (DGI) que en el año móvil a marzo registraba una tasa de variación del 2,5% bajando sustancialmente en relación al ritmo del 2013 y 2014.

Algo similar permitía suponer el menor ritmo de las importaciones, en particular desde que se acelerara el ritmo de devaluación en el último trimestre del año pasado.

La recaudación y las importaciones tienen un breve rezago con el consumo interno. Por lo tanto la señal que generan es que la desaceleración va a continuar uno o dos trimestres más. Pero hay otros indicadores que permiten ver con mayor anticipación la evolución del consumo privado.

En términos conceptuales, todas las variables que se vinculan con el ingreso de los hogares tienen incidencia en el consumo corriente que ocurrirá en el futuro.

En este caso las señales de lo ocurrido en el último año y las perspectivas para lo que resta del 2015 permiten suponer que la desaceleración persistirá hasta promediar el próximo año.

La capacidad de generar ingresos de la economía está resentida por las caídas en los precios de las materias primas que hacen que para cantidades similares se obtienen menos dólares y por ende se pueden remunerar menos algunos o todos los factores de producción. Esto pegará en el bolsillo de los consumidores y en su conducta al momento de consumir.

Otra área de presión es la masa salarial. En los últimos meses, medida en términos reales, se encuentra estancada, o sea que la tasa de variación debería converger a cero.

Es un estancamiento particular porque ocurre con salarios crecientes y cantidad de horas trabajadas por mes decrecientes. Este es el temor de la rigidez de los convenios salariales cuando la economía pide capacidad de ajuste: mantienen el salario pero hacen caer el empleo. El resultado final es una masa salarial menor pero otra realidad social para encarar con los fondos del sector público.

El consumo privado es un buen termómetro pero en las cuentas nacionales hay dificultades para medirlo. En los hechos es una variable residual y por lo tanto no incluye solo al consumo privado sino que también incorpora las variaciones de stocks que no están registradas como inversión. En particular los stocks de mucha de la mercadería que compone los bienes de consumo.

Es por eso que si las familias están comprando y sosteniendo un crecimiento del consumo a un determinado ritmo, pero las empresas reducen los stocks porque anticipan problemas más adelante, la tasa de variación del consumo que reflejan las cuentas nacionales será menor a futuro. De alguna manera anticipa el impacto que podrá ocurrir después.

Este escenario, de enlentecimiento del consumo, coloca al nuevo gobierno en una situación complicada ya que debe decidir cuánto hace coincidir el discurso con la evaluación de la realidad.

En caso de ser muy pesimista en el discurso se logrará que bajen las revoluciones en las demandas por partidas presupuestales para los próximos años dotándolas de mayor realismo. Pero, por otro lado se puede generar un alto nivel de preocupación en los consumidores que actúen en consecuencia reduciendo el consumo para no sufrir tanto cuando vengan los tiempos peores.

Algo similar se puede considerar con una actitud en el sentido contrario. Un mensaje de optimismo permitiría que se sostenga más el consumo privado. Incluso sería positivo para la inversión que vería una demanda a satisfacer cerca y un final para el proceso de dificultades. Por otro lado facilitaría la solicitud de fondos del sector público y un incremento del gasto a cuenta de los aumentos en la recaudación que traerá el mayor nivel de actividad.

En definitiva, hay una realidad y el gobierno tiene que ayudar a la justa interpretación de la misma. Sin apurar el pesimismo y sin promover el optimismo.

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